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Lloris, remember Belfast

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07112009

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19 de julio del 2005. Me asombra la inquietante atmósfera de
Belfast. El centro de la ciudad, con una biblioteca minimalista a la que
acuden a desayunar elegantemente unos cuantos lugareños, se
convierte en un territorio fantasmagórico cuando cae la tarde. En
la calle principal, nadie. Si quieres cenar, una hamburguesa en un
establecimiento de fast-food del que están echando a un hombre ebrio de mediana edad es tu
única alternativa. ¿Qué me ha traído hasta
aquí? El campeonato de Europa sub-19, recuerda. Has viajado solo
hasta aquí para ver un Noruega-Francia, la excusa perfecta para
elegir Irlanda como destino vacacional. Es mañana. Decido llegar
andando a Windsor Park, camino por las calles de un barrio unionista y
me impresiono ante la agresividad de los graffitis que cubren el acero -o lo que fuera aquello- del puente que lleva al
estadio del Linfield. Nadie sabe dónde está la entrada
para los periodistas. ¿Vienen periodistas a ver esto? Me siento
en la tribuna principal y me dispongo a presenciar el partido. Delante
mío, dos personas hablan en catalán. Resultan ser
ojeadores del Barcelona. Charlamos. Unos meses después, reconozco
a uno de ellos en una foto de un periódico. Se llama Bojan Krkic,
es serbio -¡no le había notado ningún acento!- y es
el padre de la gran promesa de la cantera azulgrana, un chaval que se
llama como él. El caso es que vemos el partido y hoy me doy
cuenta de que lo he olvidado prácticamente todo. Ni me acuerdo de
los tres goles que marcó un tal Yoann Gourcuff. Sólo tengo
presente una jugada de ese encuentro en mi memoria. Un globo desde el
centro del campo. No sé ni si era un disparo, pero cayó
hacia la portería. El guardameta galo, incomprensiblemente, no
logra atajarlo. El balón entra, en uno de los tantos más
ridículos que he visto en mi vida. "¿Cómo
puede ser que el mejor portero sub-19 de un país tan grande como
Francia cometa un error como éste", pensé. "Es
un error técnico, de mala colocación del cuerpo,
incomprensible", dicen los dos scouts. Me quedé con su nombre. Ese chico se llamaba Hugo Lloris.

Francia acabó ganando el torneo. Con Lloris de titular. Pocos
meses después, sin aún haber cumplido los veinte, con un
rostro que delataba su post-adolescencia, el cantarín de aquella tarde de Belfast debutaba en primera división francesa
con el club de su ciudad, el Niza. Asombroso. Más asombroso
aún: ya no dejó el puesto de titular. Lo ocupó
durante tres temporadas, hasta que el Lyon, ganador de las siete ligas
anteriores, lo fichó para reemplazar a Coupet. Desde su
desembarco en Gerland me empecé a fijar más -pese a que
las noticias de sus excelentes actuaciones en la Costa Azul llegaron
desde el primer día-. Un escándalo. Un verdadero
escándalo. Claude Puel no encontraba el sistema, el OL no jugaba
a nada, pero se mantenía arriba con la fórmula del Madrid
de Casillas y Ronaldo: dominar las áreas. Lloris y Benzema.
Pronto se instaló un debate: ¿quién debería
ser el titular en la selección absoluta? Mandanda, el
también joven meta del Marsella, estaba establecido como
número uno, pero semana tras semana las actuaciones de Lloris
superaban con creces las suyas. Domenech se dio cuenta y ordenó
el relevo. A día de hoy, creo que ya no hay debate. Lloris es el
mejor portero galo a años luz del segundo. Amenaza a los mejores
del mundo. Es un espectáculo de agilidad y reflejos y cada vez
convence más en el juego aéreo. Quizá hasta ayer no
era muy conocido fuera de Francia. Hoy, Inglaterra sabe bien que es un
auténtico fenómeno.

Anoche, el gran responsable de que el Lyon se metiera en octavos de
final de la Champions y de que el Liverpool esté al borde de la
eliminación fue Hugo Lloris. Si en Anfield había sido
decisivo sacando una mano imposible para evitar el 2-0 y mantener a sus
compañeros en el partido, sus cuatro paradas de ayer en Gerland
forman parte ya de los highlights de esta Champions. Especialmente la que hace ante Lucas Leiva. Su equipo
no fue mejor, jugó algo asustado, demasiado conservador, y
recibió más oportunidades de peligro que las que
generó. Pero llegó vivo al minuto 89 porque él es
un superclase. Luego vino el error de Kyrgiakos -¡ay, ay!-, el gol
de Lisandro, la fiesta y la desesperación. Puel llegó a la
rueda de prensa y se acordó de su portero. "Inmenso, todo el
mérito es suyo", vino a decir. "Y ya no nos
sorprende". ¿Y a quién? Hace mucho tiempo que Hugo
Lloris dejó de ser para mi el chaval del error imposible en un
verano irlandés. Ahora es el chico de los milagros de todas las semanas.
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Axel Torres

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Fecha de inscripción : 07/11/2009

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